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¿Crecimiento sin empleo?

No por accidente, han coincidido analistas con perspectivas ideológicas diferentes, respecto al estancamiento del empleo. A partir de la pandemia, el país perdió un número importante de empleos, particularmente aquellos de menor nivel de escolaridad. Al mismo tiempo, con la recuperación, los generados por el sector privado, han sido mayormente empleos informales. Pero, aun así, estamos en déficit sobre el 2019.

Los analistas deploran la situación tanto de la magnitud de la reducción total, como el deterioro de la calidad del empleo y la drástica reducción de formales a informales. Los números, sin embargo, son las consecuencias de algo mayor. Hay que buscar las causas. He aquí una tesis.

El país, tiene ya muchos años de tener una legislación inflexible y obsoleta. A cualquier insinuación de reforma, los gobiernos han reaccionado negativamente. Esta actitud negacionista, la promueve la violenta reacción de los sindicatos, que como en todas partes del mundo, se aferran al estatus quo.

Sin embargo, esa demora prolongada de modernizar las reglas de empleo, han sido lastre para el crecimiento y reorganización del sector laboral, hacia más formalidad y más productividad. Así, por años las empresas han aprendido a controlar sus costos laborales y considerar la creación de nuevos empleos como último recurso. La organización empresarial típica, pequeña y mediana, se fue convirtiendo en una especie de equilibrio inestable, que no ha sido bueno ni para la empresa ni para el trabajador. Los vaivenes de la economía o del mercado, han sido un dolor de cabeza para reorganizar o desarrollar las empresas. Esta realidad larvada, se evidencia en el deterioro histórico de los salarios reales y en los puntos del PIB necesarios para generar un nuevo empleo.



Con la pandemia, muchas empresas se vieron abocadas a tomar decisiones laborales ingratas. Pero también fueron en muchos casos, oportunidad única para redimensionar y reorganizar el negocio. Quien, por años pensó hacer las cosas diferentes, pero no tenía ni el tiempo ni los recursos para hacerlo, la pandemia lo forzó. Muchos que cerraron y tomaron pérdidas, volvieron a abrir, pero con un negocio pensado de otra manera, con menos dependientes. Esto sin decir los que cerraron y no abrieron más. 

Cuando al fin, se abre la economía, y no hay cambios en los incentivos para generar empleo formal, el nuevo modelo favorece a una relación laboral mas flexible y que además representa ahorros para el que emplea, como para el que trabaja. Pesa en esto, la situación de la seguridad social, que debe ser protección de salud y vejez. Pero, hoy por hoy, es claramente vista como un costo sin beneficios. ¿Por qué pagar por consultas que nunca llegan o medicinas que nunca hay? O, pensiones que nunca van a recibir, pero les cuestan. 

Es justo decir que, durante la pandemia, se propusieron esquemas laborales temporales para no perder empleos. Esquemas que, si fueran efectivos y justos, podrían ser el borrador de reformas mas permanentes. ¡Pero no! Un gobierno temeroso de conflictos sindicales, ni siquiera consideró esas ideas. Así, pusieron a las empresas en la disyuntiva de resolver o morir desangradas. Esa actitud, deterioró más las perspectivas de recuperación laboral.

Y es allí donde estamos. Cierto es, como afirma uno de los analistas, que hay que fomentar crecimiento e inversión en los sectores que ayuden al empleo masivo y de otros sectores que también generan empleos, menos quizá pero mejor pagados. Pero, hay que promover una reforma laboral flexible y gradual. Que permita aumentos de productividad sin abusos del y al capital que las provee. Que permita generar empleos estables, escalables y dignos, todo dentro de un marco jurídico imparcial. Sin eso, no habrá interés de empleadores ni de empleados informales (que ya no comen del cuento sindical), de volver a un marco rígido, politizado y obsoleto, que no lleva a la prosperidad, sino a una realidad laboral estancada y empobrecedora.


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